“De grande seré un gran deportista”, se prometió a sí mismo el pequeño Alberto. Años después, con la misma ilusión de su niñez, empezó a practicar el baloncesto. Su mentor fue Rafael Carbonell, un experimentado y exigente entrenador al que Juantorena le despertó una gran expectativa debido sobre todo a su gran estatura: 190 centímetros. Sin embargo, no pudo destacar pese a todos sus esfuerzos. ¿Fracaso? No, simplemente el destino le tenía deparado otro camino hacia la gloria.
Y ese derrotero hacia su consagración estaba en el atletismo. El entrenador José Salazar vio en él condiciones innatas para destacar en las pistas. Fue él quien gestionó su pase para el atletismo, pero la decisión final recayó en el especialista polaco Zygmunt Zabierzowski, máximo responsable de los corredores cubanos. Bastó una sola prueba, ocurrida el 8 de marzo de 1971 en la pista del Estadio Pedro Marrero, para que el técnico europeo diera su visto bueno a quien sería después su más grande discípulo.
Juantorena empezaba así una nueva etapa en su vida: el atletismo.
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